Había una vez un sabio anciano llamado Marichi, quien dedicaba su vida a la meditación y el estudio. Marichi tenía un nieto pequeño que lo observaba cada día, fascinado por la calma que su abuelo irradiaba. Este niño sentía un profundo deseo de aprender a meditar como él, pero a menudo le costaba sentarse en silencio sin distraerse.
Un día, el niño se acercó al sabio y le confesó su frustración: "Abuelo, quiero ser como tú, tranquilo y en paz, pero me es tan difícil quedarme quieto". El anciano sonrió y, en lugar de hablarle, se arrodilló en el suelo, bajó su torso y colocó la frente en el suelo, descansando los brazos hacia atrás junto a su cuerpo. "Esta es la postura de entrega y descanso, querido niño", le dijo. "Cuando la adoptes, imagina que te rindes al suelo, como si volvieras a los brazos de tu madre tierra, confiando en que ella te cuida".
El niño intentó imitarlo, y al hacerlo, sintió una profunda paz y seguridad en el abrazo del suelo. Esta postura, la de Balasana o la postura del Niño, se convirtió en su favorita y le enseñó que, al igual que un niño, siempre podía encontrar refugio en la calma y volver a empezar.
Desde entonces, la postura de Balasana nos recuerda la importancia de rendirse de vez en cuando, de confiar y descansar, para después continuar con el viaje de la vida.
Precioso. Ahora cada vez que haga la postura, pensaré en esta bonita historia